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Ayudar a morir
Confronting an ill society: David Widgery, general practice, idealism and the chase for change (en colaboración con Patricia E. Hutt y Roger Neighbour), Londres, 2004 Family violence in primary care (en colaboración con Stephen The mystery of general practice, Londres, 1996 Ayudar a morir fue publicado originalmente por Radcliffe bajo el título Matters of life and death. Key writings, en noviembre de 2007, y traducido al italiano en Turín por Bollati Boringhieri, en 2008, bajo el título Modi di morire Dra. Iona Heath
Ayudar a morir
Con un prefacio y doce tesis de John Berger
difusión
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28009 Madrid
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Título de la edición original: Matters of life and death. Key writings ISBN Argentina: 978-987-1283-84-2ISBN España: 978-84-96859-40-1 1. Ética Profesional. I. Ibarburú, Joaquín, trad. II. TítuloCDD 174.957 El contenido intelectual de esta obra se encuentraprotegido por diversas leyes y tratadosinternacionales que prohíben la reproduccióníntegra o extractada, realizada por cualquierprocedimiento, que no cuente con la autorizaciónexpresa del editor.
Impreso en España por Romanyà Valls S.A.
08786 CapelladesDepósito legal: B-44.369-2008 1
La negación de la muerte
Hace unos años, una de mis pacientes fue hospita-lizada cuando perdió el conocimiento. El directorde la institución geriátrica en la que vivía pidió unaambulancia. La mujer, una viuda de 80 y tantosaños, estaba muy débil. En ese momento la preo-cupación por la discriminación a los ancianos estabaen su apogeo y, tal vez como consecuencia de ello,la paciente fue internada en una unidad coronariadonde se le brindó la mejor atención posible, queincluyó un moderno tratamiento de fibrinolisis. Lamujer se recuperó y, dado que parecía encontrarsebien, se la dio de alta una semana después. Cuandola visité me dijo que estaba muy agradecida porcómo la habían atendido, pero manifestó su pro-fundo disgusto por un tratamiento que conside-raba completamente inapropiado. Me explicó quetanto su esposo como casi todos sus amigos y cono-cidos ya habían muerto, que su fragilidad física le impedía hacer prácticamente todas las cosas quele gustaban y que no tenía deseos de seguir viviendo.
Nadie le había preguntado nada al respecto ni sehabía tratado de determinar si el tratamiento –efi-caz y por lo tanto recomendado– resultaba apro-piado en su caso específico.1 Murió tres semanasdespués, mientras dormía. El elevado costo del tra-tamiento anterior había resultado inútil, perturba-dor y antieconómico.
Como médico generalista, soy consciente de que no hago lo mejor para muchos de mis pacientes,sobre todo en el caso de los que agonizan. ¿Por quéson tan pocos los pacientes que tienen lo que se cali-ficaría como una buena muerte? ¿Qué es una buenamuerte? ¿Qué forma de morir queremos para no -sotros y para nuestros seres queridos? Hablandocon amigos y colegas, compruebo que muchos pue-den describir su participación en una muerte espe-cial, aquella en la que el moribundo parece podercontrolar y orquestar el proceso y morir con tal dig-nidad y calma que todos los que lo rodean, entreellos el médico, se sienten privilegiados por la viven-cia de esa situación y, en cierta forma extraña, enri-quecidos por ella. Sin embargo, es sorprendente quépoco comunes son esas muertes. Muchos más sonobjeto de manoseo y falta de respeto, y quedan sumidos en el pánico, el sufrimiento o ambas cosas,circunstancias que llevan a que quienes permane-cen entre los vivos, incluido el médico, abriguensentimientos de rabia, culpa y tristeza. ¿Cuál es elproblema? En Un hombre afortunado, John Berger destacó el importante papel que desempeña el médico gene-ralista en relación con la muerte: El médico es el familiar de la muerte. Cuando lla-mamos a un médico, le pedimos que nos cure yque alivie nuestro sufrimiento, pero si no puedecurarnos también le pedimos que sea testigo denuestra muerte. El valor del testigo es que ya viomorir a muchos otros […]. Es el intermediarioviviente entre nosotros y los innumerables muer-tos. Está con nosotros y estuvo con ellos, y el con-suelo difícil pero real que los muertos ofrecen porsu intermedio es el de la fraternidad.2 En los últimos cien años, sin embargo, el éxito espec-tacular de la medicina científica permitió que losmédicos abandonaran ese papel tradicional de “com-pañeros de la muerte”. Poco a poco, el desafío tec-nológico de prolongar la vida fue adquiriendo prio-ridad sobre la calidad de vida. Como consecuencia de procesos peligrosos e insidiosos, perdimos de vis -ta en qué grado la forma en que vivimos tiene másimportancia que cuándo morimos. De manera per-versa, eso se hace más evidente en la atención de losmoribundos.
La soberbia de la medicina científica alimenta cada vez más expectativas de salud perfecta y de longe-vidad. Periodistas y políticos, y sobre todo la indus-tria farmacéutica, aprovechan esos procesos conentusiasmo. En buena medida, el objetivo de la aten-ción médica y el límite respecto del cual se la eva-lúa pasó a ser la simple prolongación de la vida.
Hablamos constantemente de muertes evitables,como si la muerte pudiera prevenirse en lugar deposponerse.3 Nos imponemos actividades y limita-ciones que, suponemos, permitirán que vivamos mástiempo,4 y al parecer nunca se piensa en lo oportu-nas que son muchas muertes.
Los lineamientos de la atención médica parecen cada vez más producto de protocolos empíricos cuyanaturaleza hace que se considere a los pacientes comounidades estandarizadas de enfermedad. Esos pro-tocolos no tienen manera de dar cabida al relato decada individuo, a los valores, las aspiraciones y lasprioridades de cada persona diferente y a las formasen que los mismos van cambiando con el tiempo. El resultado es que una intervención empírica racio-nal de eficacia comprobada puede terminar por serinapropiada, antieconómica e inútil.
Las sociedades occidentales coinciden en lo que Philip Larkin calificó como “el costoso apartar lavista de la muerte”.5 El costo es monetario, pero tam-bién tiene un profundo efecto en la experiencia dela vida y de la muerte. A pesar de las onerosas pre-tensiones de la medicina, la muerte sigue siendo elfinal inevitable de la vida, y a menudo es imprede-cible, arbitraria e injusta, si bien cada vez más se laconsidera un simple fracaso de la medicina y de losmédicos. La medicina no puede prometer el aliviode todo el dolor y el malestar corporal, pero cada vezlos toleramos menos y nos mostramos más conven-cidos de que tenemos derecho a una salud perfecta.
Los científicos y los médicos, pero también los perio-distas y los políticos, son en gran medida responsa-bles de perpetuar esas ilusiones peligrosas que con-tribuyen a aumentar el daño, la desmoralización, laestigmatización y la frustración de los moribundosy de quienes padecen enfermedades crónicas quepueden tratarse pero no curarse.
El constante énfasis en los factores de riesgo de enfermedad ocasionados por el estilo de vida generaun clima de responsabilización de la víctima, que

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